29.4.11

daddy!

- Clasificación: R
- Género: ¿Humor?
- Advertencias: -
- Parejas: Frank & Gerard
- Capítulos: Único (drabble).
- Conteo de palabras: 225.
- Notas: Mi primer Drabble. No tiene exactamente 100 palabras, pero intenté hacerlo lo más corto posible.






  




“They would rule the world, with your looks and my brain.” Whispered Gerard, smiling sleepily, and rolled over the warm sheets to face his lover.
“I’m more than just a pretty face, you know?” Frank complained, as he stood up. “I also have a fuckin’ awesome body!” He giggled, while crossing naked the hotel room. He sat down in a little chair and grabbed his guitar from the floor.
“What are you doing?” Gerard asked, frowning, as his lover started to pluck the guitar strings. “Hello? ‘Boyfriend eager to make wonderful babies’ means anything to you?”
Frank chuckled.
“We’re making babies since yesterday, mommy! Daddy needs some rest!” He said, amused by Way’s whimsical expression, and he blew him a kiss. “C’mon, don’t be dramatic. We don’t even have a uterus.”
“Speak for yourself.” Gerard complained, and Frank laughed again. He was pretty sure that his lover didn’t have feminine parts. “Go make love to your guitar, you selfish bastard. Neither I nor my uterus want you here. Men…”
He gave back to Iero and covered himself with the sheets.
“Silly boy... You know I would never choose anything over you!” Frank said, lovingly, and left his guitar aside. He walked to the bed and threw himself over Gerard, which growled under his boyfriend’s weight. “And then you want our babies to have your brain…”



2.4.11

Algo de vos.

- Clasificación: PG-13
- Género: Romance
- Advertencias: -
- Parejas: Frank & Gerard
- Capítulos: Único.




·





Sabes que no sueño con vos al dormir, no es bueno soñar con los ángeles de hoy.
Sabes que miento siempre que hay una buena ocasión.
También sabes que un consejero me dijo: “hecho el amor, hecha la trampa”, y al pie de la letra sigo ese hermoso consejo cruel.




Ninguno podía precisar cuándo sucedió. El amor se había plantado en ellos como una pequeña semilla: se perdió en sus pieles, creció, brotó y sus raíces se hundieron cálidas en ambos corazones.
No hubo un momento exacto, una noción certera de cuál había sido la noche en que dejaron de tener sexo y comenzaron a hacer el amor. Los dos sabían que su pasión era la más intensa de aquellos tiempos, que su romance, aparentemente excéntrico, era reconocido y comentado más allá de su barrio o de su círculo de amigos. Nunca lo admitirían, pero eran conscientes de que Frank se había tornado una leyenda. Era el hombre que logró enamorar a Gerard Way.
No salían tomados de la mano, no se besaban en público, ni siquiera eran pareja; sin embargo, sus ojos se encontraban y se unían hasta fundirse, con tanta intensidad que los presentes acababan incómodos. Gerard era un ser sexual y provocativo, y el hechizo soñoliento pero pícaro de su cuerpo (la forma en que lo movía, su voz, sus labios fruncidos al fumar) atraía a cada hombre y mujer que pasara frente a él. No era sólo algo que naciera de su físico. Su francés (salpicado con musicalidad portuguesa) era tibio y suave, y siempre tenía la palabra correcta para seducir a la persona adecuada. Pero, sin lugar a dudas, lo más tentador afloraba desde su misterio. Gerard había llegado a Suiza para salvarle la vida a una mujer, que estaba supuesta a morir un día después de su venida, en un accidente automovilístico por culpa de las rutas nevadas. Sin embargo (eso era lo más perturbador), él lo sabía y podía evitarlo: había visto el choque días antes de que sucediera. Gerard era vidente.
Esa era, quizá, su mayor ventaja a la hora de conquistar. No leía mentes, pero podía conocer, con sólo tocar la palma de una persona, sus posibles reacciones hacia cualquier cosa que él le dijera. Aquello ayudaba a seleccionar frases, esquivar rechazos e ir directo a la cama. L’art de la divination en toda su expresión.
Nadie entendía porqué alguien como Gerard estaría con alguien como Frank. Eso era lo que más se comentaba. El más joven apenas manejaba el francés, era extranjero (estaba en Europa estudiando Letras) y, por eso, no tenía un mínimo impacto en ningún círculo social. Way, en cambio, era el centro de atención adonde se presentara. Lo conocían en Suiza, Barcelona, Alemania y en casi cualquier rincón del pequeño continente, al menos por su nombre. Frank estudiaba a costas de una beca, Gerard tenía tanto dinero que no podía contarlo. Según Frank, Gerard se acostaba con todo lo que se moviera y tuviera un agujero. Él era virgen cuando lo conoció. Gerard fumaba, Frank tenía asma; Gerard no sabía ni qué era un epílogo y Frank amaba escribir.
Lo único que compartían era su carácter. En lo más profundo, ambos eran intensos, cambiantes y temperamentales. Eran tan sinceros que a veces se lastimaban y podían llegar a ser agresivos, pero, al final del día, sólo sabían que se necesitaban uno al otro y que nunca se harían un daño real.
Discutían casi todas las semanas, más que nada cuando pasaban mucho tiempo sin hacer el amor. Cada pelea parecía marcar el final de su relación, pero las reconciliaciones llegaban tan pronto como se alejaban sus cuerpos. Sentían unas ansias tan profundas de mantenerse juntos, que ambos habían aprendido a perder su orgullo para estar cerca del otro. Eso era lo que consideraban amor. Tenían subidas y bajadas, pero siempre acababan sosteniéndose entre ellos y besándose como si nada hubiera pasado.
Una vez, Frank había reservado una mesa en un restaurante, con la ingenua ilusión de invitar a Gerard y así avanzar, moverse del mismo punto estático que significaba su relación. Preguntarle cómo seguían. Si, después de casi un año de estar juntos, él pensaba formar algo serio o continuar con sus amoríos (algo que, en lo más hondo, para Iero era mejor que nada).
Sin embargo, todo fue en vano. Gerard lo olvidó y Frank volvió a la casa triste y mojado, pero más que nada furioso. Encontró a su amante recostado en el sillón, como si nada pasara, comiendo de una caja de bombones que él no reconocía. Las cosas no tardaron mucho en violentarse. Frank sabía que esos chocolates eran un regalo de otro hombre, y que Gerard no había, precisamente, olvidado la cena. No le hubiera molestado en otras circunstancias –estaba dolorosamente acostumbrado a que él no le perteneciera. Era más como un patrimonio de los solteros de Europa, no de Frank ni de sus intentos de conquistarlo- sin embargo, habiéndose arreglado, reservado lugares aún con la lluvia y preparado todo lo que tenía para decirle, las cosas eran un poco diferentes. Sabía que Gerard lo hacía por querer ignorar todo tipo de compromiso, cualquier signo de que él comenzaba a pedirle seriedad.
Pasó junto a su cuerpo como si no existiera, y se sacó las zapatillas con los mismos pies mientras caminaba. Way lo observó confundido, soltando el humo de su cigarrillo y dejándolo a un lado.
-Estás mojado –musitó.
-No me digas, Capitán Obvio –soltó Frank, frunciendo el ceño, y comenzó a subir las escaleras.
Sintió enseguida los pasos de Gerard detrás de él, pero no se volteó, ni siquiera le gritó como le hubiera gustado. Sin embargo, su intento por mantener la calma no duró mucho. Habían pasado apenas unos minutos cuando comenzaron a discutir, ya en la habitación, usando los insultos a los que estaban acostumbrados.
Siempre era así. Se deseaban y se amaban con la pasión más intensa que hubieran conocido, pero tenían caracteres difíciles. Tal era de extremista su relación, que los vecinos ya sabían –sólo por lo apreciado desde sus casas- la rutina típica que desataba cada uno de sus insultos. Primero oían portazos y gritos, seguidos por un silencio profundo; y luego, como si fuera una disculpa, el disco de AC/DC que Gerard ponía para hacer el amor.
Aquella tarde, cuando la lluvia azotaba y el olor de la tierra húmeda inundaba los balcones, acabó como todas las demás. «¡No comprendo lo que quieres, Gerard!» había dicho Frank, mientras la caja de bombones volaba por los aires. «…Deja de tirarme cosas. Siempre te quise a ti. ¡Siempre eres tu, mon amour!» Un suspiro. «Eres el hombre más estúpido que conozco. Te odio tanto…»
Y a eso, como si nada hubiera pasado, le seguía un abrazo, un beso y dos cuerpos desnudos. Ambos sabían que era un ciclo sin salida, pero no les importaba. Estaban acostumbrados a esa turbulencia, y al sopor calmo y tibio que le seguía.


·


A veces, cuando acababan de hacer el amor, Frank se dormía y se aferraba inconscientemente al cuerpo de Gerard. Relajaba los labios entreabiertos en su pecho, entrelazaba sus piernas y respiraba despacio sobre su piel dorada. Y Way, que entonces experimentaba una horrible sensación de aturdimiento, se tranquilizaba acariciándole el brazo y oliéndole el cabello oscuro. Nunca lo hubiera hecho con su amante despierto, tampoco lo hubiera admitido, pero era algo que le hacía sentir increíblemente afortunado.
Entonces, estaba seguro de que lo amaba, y sólo podía esperar que Frank lo supiera. Expresarle sus sentimientos no era fácil: por más que lo intentara, las palabras jamás salían completas. Había utilizado el romanticismo en una sola ocasión: la vez que le preguntó si quería ser su esposo, luego de tocarle la palma, durante la fría noche en que se conocieron.
Cuando Frank llegó a Suiza, en el invierno de 1991, las calles no sólo estaban cubiertas de nieve sino que parecían inundadas, repletas de gente que celebraba la ventisca más grande de los últimos tiempos. Él, con 22 años y mucho trabajo por delante, había decidido utilizar sus vacaciones para investigar la biblioteca más antigua de Europa; y no se detuvo a observar el paisaje hasta terminar su labor. Para ese entonces, había pasado las dos semanas más blancas y heladas de su vida, y sus fondos estudiantiles comenzaban a volverse escasos. La noche en que anunciaron el cierre de rutas, porque la nieve no dejaba de causar accidentes, se dio cuenta de que estaba atascado en un país desconocido y sin dinero ni formas de regresar a Barcelona.
Ahí fue cuando Gerard apareció.
Frank se había resignado a dejar su hotel, porque la tarifa era demasiado alta, y se aventuraba por los bares húmedos y atestados hasta que llegara la mañana. Encontró a Way en uno particularmente pequeño, pero repleto y muy ruidoso. Estaba sentado en la barra, comiendo una ensalada portuguesa y, cada tanto, hablando o besando a distintas personas. Lo hacía como algo completamente normal, otra forma de saludar o de dar una sonrisa; y eso, siendo Frank tan poco experimentado, le llamó especialmente la atención.
Se sentó junto a él, no por casualidad sino por instinto, por esa necesidad caprichosa que tienen los escritores de indagar más y más en lo que les llama la atención. Gerard lo registró con la mirada, pero se mantuvo callado, comiendo y fumando a la vez. Vestía un chaleco negro, camisa blanca y una corbata azul con pájaros naranjas, y a Frank le pareció un hombre interesante. Quizá por lo exótico de su forma de hablar, con tintes extranjeros y palabras mezcladas de otros idiomas, que se cruzaban en sus frases sin intención. Talvez por el erotismo silencioso pero intenso que desataba, por la tensión sexual que giraba a su alrededor.
A Gerard le ocurría algo similar. No llegaba a identificar el sentimiento, porque era nuevo y extraño, pero reconocía la aceleración de sus latidos –como la sentía al recibir una visión- y su cerebro gritando que se acercara a él, que lo desnudara más allá de su ropa. Way era un ser impulsivo y recto, y pocas veces podía ignorar su personalidad, así que acabó hablándole con soltura.
-Discúlpame, ¿necesitas algo, o sólo me observas porque eres extraño? –Le dijo.
Al principio, Frank sólo pudo negar con la cabeza, pensando que nunca mantendría una conversación con ese hombre, tan visiblemente interesante. Por aquél entonces, una de las cosas que no le sobraban era la autoconfianza. Su amante se la inculcó, incómodo pero paciente, durante los años que siguieron.
Way le preguntó si buscaba sus servicios, e Iero, intentando ocultar su sorpresa, le dijo que no pagaba para tener sexo. En 1991, ni siquiera sabía cómo lo hacían los homosexuales (o, al menos, de qué formas podían hacerlo); y la idea de Gerard en su cama le parecía imposible. Mucho más pensar que, poco tiempo después, vivirían encerrados en la misma habitación. No tanto porque fuera un hombre, sino porque bastaba observarlo para saber que no era ese tipo de persona. Se veía atrayente, misterioso, sexual; más parecido al protagonista de un best-seller que a un ser monótono y ordinario, al tipo de joven que dormiría con Frank.
-No soy un puto –Rió Gerard, luego de algunos minutos, con desenvoltura.- Yo veo el futuro. Leo palmas y, a veces, mentes.
Al principio, Iero pensó que estaba ebrio, y le aconsejó que dejara de beber. «No he tomado hoy, Frankie» le dijo Way, con naturalidad. En ese momento, supo con certeza que no bromeaba. Estaba seguro de no haberle dicho su nombre, ni de tener prendida la placa de la universidad. Sin embargo, intentó mantenerse imperturbable, sólo para parecer tan seguro como su acompañante. Fue entonces cuando Gerard le pidió la palma, y, luego de que Frank la entregara con falsa confianza, susurró:
-¿Te casarías conmigo?
El menor necesitó aferrarse a la banqueta, porque su precario equilibrio casi lo arroja al suelo. Sin embargo, no estaba asustado, sino que sentía algo más parecido a la curiosidad, a las ansias de descubrimiento que poseía desde pequeño. Gerard lo había deslumbrado con su espontaneidad, sorprendido con su extravagancia y estaba comenzando a seducirlo.
-Lo siento –le dijo, dominando el aturdimiento- No me caso con desconocidos.
-Hola, mi nombre es Gerard. ¿Suficiente? –Replicó éste, analizándolo con la mirada.- Es difícil encontrar escorpianos gays. Yo soy Aries. Podríamos tener el mejor sexo de nuestras vidas.
Frank rió, sintiéndose repentinamente cómodo y liviano. Sabía que, en un lugar pequeño y profundo de su alma, aquél hombre le inquietaba. Sin embargo, era también ingenioso y divertido, y la única persona que le hablaba en semanas. No era rígido como los demás europeos; al contrario, su notoria mezcla de culturas inspiraba desenvoltura y libertad.
-No me gustan los hombres difíciles –susurró, observando que Gerard alzaba las cejas, y supo que no lo había previsto.- Estás comiendo bacalhoada; debes ser bastante exquisito, y yo apenas sé prender un horno. Besas a toda esta gente, a mí no me gusta compartir. Y usas esa corbata, azul con pájaros naranjas…
-¿Importa mucho? –Interrumpió Way, sonriendo de lado.- Voy a desvestirme para hacerte el amor.
Habían pasado años desde 1991, y Gerard aún recordaba el sonrojo de Frank tras aquella oración. Dudaba haber provocado algo así en otra persona, coloreado tanto un par de mejillas.
Cuando pudo recobrar el habla, el menor le explicó que no era la corbata, era el hecho de que fuese tan extravagante. Que todo en él parecía exótico, demasiado misterioso para un simple escritor de bajo presupuesto. «Boda cancelada, entonces» le dijo Gerard, acercándosele despacio. «¿Me permites, al menos, invitarte un café?»
Y así fue como todo comenzó.


·


Yo no sé porque extraña razón
tus ojos iluminan las ruinas de mi alma
y no se porque todo tu cuerpo es
como un río
donde bañar mis días más sedientos.




En la primavera de 1992, una de las más memorables de sus vidas, la amistad que lentamente habían establecido comenzó a mostrar profundos indicios de amor. Ninguno de los dos logró advertirlo. Sus corazones se abrieron con tanta naturalidad como las flores de su balcón, así de brillantes y jóvenes, dulces, nunca antes heridos.
Frank se instaló de a poco en la casa de Gerard. Comenzó dejando el cepillo de dientes, un desodorante, pares de medias o camisetas. Como dormían en la misma cama (aunque no se tocaran ni se hubieran besado aún) adoptó la tarea de arreglarla al despertar y cambiar las sábanas periódicamente. Un mes después, ya estaba a cargo de la cocina, de lavar la ropa, de sacar la basura y limpiar el polvo de los muebles. No podía imaginarse, sin ánimos egocentristas, cómo había sobrevivido Gerard antes de su llegada. El muchacho no sabía siquiera encender el horno y, a pesar de que se propuso hacer las compras para ayudar a Frank, siempre acababa con los víveres incorrectos. ¿Pomelos? El traía caramelos. ¿Tomates? Acababan con chocolates. ¿Pan tostado? Way compraba helado. No fue hasta que Iero comenzó a escribir la lista, con la caligrafía más legible que logró, que comenzaron a comer como personas normales y no como niños en una eterna fiesta de cumpleaños.

Sus amaneceres eran especiales. Abrían las ventanas hasta en las épocas más calurosas, y se recostaban boca arriba en un silencio agradable. Así, sin saludarse, sin comentar que habían despertado abrazados o con las frentes juntas; sólo sintiendo la tibieza de sus pieles y el aroma a flores inundando la habitación. El murmullo del ventilador viejo los adormecía aún más, y siempre era Frank quien decidía levantarse primero, sin hacer ruidos, para preparar el almuerzo.
Pasaban las tardes en casa, porque Abril estaba lleno de ligeras y húmedas lloviznas veraniegas, que solían enfermar a Frank. Gerard se encontró a si mismo feliz, sin darle importancia, y descubrió de pronto que prefería dormir una siesta fresca o pintar paisajes mal definidos antes que salir a tener sexo.
Cuando caía la noche, Frank ponía un cassette viejo de ABBA y cocinaba silbando, cantando y bailando coreografías improvisadas. Gerard se sentaba frente a él y lo observaba moverse, con una cuchara de madera como micrófono y un delantal con el dibujo de un torso desnudo y musculoso como atuendo para el show. Y Way reía mientras rodeaba su cintura y le besaba el cuello tibio, pretendiendo, por un momento, que Frank era otro amante más.
Sin embargo, ambos sabían que su relación era especial, diferente a cualquiera que hubiesen conocido. Gerard solía pensar que compartir tanto tiempo con alguien era sofocante y monótono. Que la rutina y el apego emocional acababan con el placer, con la excitación de conocer a un hombre nuevo e intenso. Pero, meses después de que su amistad se fundara, el extraño lazo que compartían él y Frank parecía más vivo y despierto que ningún otro.
Pasaban las madrugadas recostados boca arriba, con los ojos fijos en el techo, hablando. A veces, tomaban una linterna y hacían sombras con las manos durante horas, o contaban cuentos de terror que sólo acababan en masivos ataques de risa. Cuando jugaban a las cartas o a juegos de mesa, Frank siempre perdía, y decía que había dejado a Gerard ganar, por cortesía y porque, “si jugara en serio”, lo vencería tan pronto que no tendría gracia. Way se limitaba a recordarle que debía cumplir la prenda, una que acordaban antes de comenzar, e Iero acababa de pie en el balcón, con nada más que sus boxers.
Lo que más disfrutaban eran las charlas profundas y cautivantes que eran capaces de mantener. Hablaban de religión, de política (aunque ninguno la comprendiera mucho), de enfermedades extrañas o de espíritus, de países en guerra, de sexo. Gerard solía contarle a Frank sobre los pocos amantes que aún mantenía, cómo lo hacían, qué les gustaba y qué ocurría a la mañana siguiente, pero las anécdotas comenzaron a acabarse con el paso del tiempo. A los dos meses de convivir juntos, Gerard ya casi no salía, porque había descubierto en Frank todo lo que necesario para estar bien.
Su relación era pura y hermosa, como un noviazgo adolescente. Ambos cuerpos se atraían con un magnetismo tan intenso, que comenzaba a ser normal encontrarse abrazados, o despertar con los labios casi juntos, besarse el cuello, los hombros, la espalda.
Una noche de esas, Frank vio a Gerard llorar. «¿Nunca te sentiste realmente sólo?» había dicho el menor, sin intenciones de hacerle daño. «Invisible. Como si, de llegar a morirte, nadie notara la diferencia». Entonces, Way comenzó a hablar tanto que hasta él pareció sorprenderse. De la familia que no tenía, de cómo jamás iba a casarse y de cuánto sus visiones lo alejaban de la realidad. Iero lo escuchó durante largas horas, mientras le acariciaba el cabello y asentía con paciencia.
-¿Quieres que hagamos otra cosa? –Ofreció, cuando las palabras de Gerard comenzaron a atascarse y sus ojos se volvieron brillantes.- No llores, por favor.
-No estoy llorando –respondió el mayor, aunque bajó la vista de todos modos.- Soy alérgico a… a los gatos.
Iero sonrió de lado, atrayéndolo un poco más hacia él.
-Esa excusa sería válida si tuviéramos uno, cariño.
Podía sentir el cuerpo de Gerard temblando junto al suyo, sus pulsaciones irregulares y su respiración quebrada. Se habían abrazado y Frank lo observaba aturdido, perdiéndose en las líneas de su rostro. El ángulo perfecto de su nariz, la textura carnosa de sus labios, el color tostado de su piel y sus mejillas rosadas por el sol de Julio. Las tomó entre sus manos, acariciándolas despacio y sumergiendo sus dedos en las raíces del cabello oscuro. De pronto, se encontraba respirando de su aliento y temblando tanto como él, porque la atracción entre sus cuerpos era intensa e irreprimible. Cerró los ojos. Todo parecía mil veces más vivo y real: el aire fresco de verano abrazándolos, el latir violento de su sangre, la calidez que desprendían ambos cuerpos. Respiró hondo, inclinándose hacia delante, y rozó el labio inferior de Gerard hasta atraparlo con sus dientes. Entonces, el mayor suspiró y respondió al beso con suavidad, mientras acariciaba el cuello de Frank con las yemas de los dedos. La boca de Way era tibia y húmeda, y sabía a cigarros, a café, a hombre. Se había acoplado a la de Frank con una perfección extraña para un primer beso, ligera y delicada, cuidadosa a pesar de la confusión que sentía. Separó un poco el cuerpo del menor, con la única intención de observarlo, y sonrió perdido en sus ojos soñolientos y en sus labios hinchados. El corazón de Gerard estaba acostumbrado a olvidar; pero supo entonces que nunca dejaría ir el recuerdo de Frank, ni aunque perdiera la memoria.
Y allí estaba él, por otra parte, acercándose tembloroso para besarlo de nuevo. Pensó que lo haría durante toda la eternidad, que Gerard era la única persona con la que quería estar por el resto de su vida. El amor dormido comenzaba a aflorar y era intenso, vivo, excitante. Había despertado de pronto, sin señales de dolor, y se preguntó durante cuánto tiempo lo habría ignorado.
Se quedó quieto, sintiendo el latir brusco de ambos corazones. Sus alientos iban y venían, morían sobre los labios contrarios y sólo se oían las mordidas, los rostros rozándose, las respiraciones ahogadas sobre el silencio.
Tembló. Gerard no necesitaba hacer nada para conquistarlo. Lo había atrapado desde el primer momento, la noche en que le pidió matrimonio antes de decirle su nombre.


·


Y no sé donde guardas tu niebla de sorpresas,
Pero estoy acercándome a este mundo,
Y al volver de la luna de mi cuerpo inmediato,
Estoy tentado con mirarte más.
Para mí que ni volar
Es más que amarte.




Cuando comenzaron a tener sexo, su relación se convirtió en un viaje a montaña rusa, rápida y con los frenos rotos. Frank halló en el cuerpo de Gerard una lujuria oscura y desconocida, un placer sublime, una atracción tan poderosa que parecía hechizarlo. Todo su ser era erótico y sexual: sus labios rosados y carnosos, su piel tersa, siempre tostada; su vientre cálido y levemente redondo, su cuello tierno, su cintura perfecta. El temblor de sus párpados y de sus dedos cuando tenía un orgasmo, la forma en que sus músculos se relajaban, su respiración pesada intentando recuperarse.
Gerard, por otra parte, se sentía extraño. No era una rareza nacida del miedo o del rechazo, más bien del desconocimiento. El cuerpo de Frank había sido la puerta a un mundo de sensaciones nuevas y muy suaves, tibias, delicadas. Con él alcanzó niveles de placer que creía inexistentes, y descubrió, a medida que pasaba el tiempo, las facetas más puras del sexo. No importaba si era romántico, salvaje, apasionado, divertido, Gerard siempre estaba pendiente de la comodidad de Frank.
Lo besaba despacio, lo acariciaba, lo hacía reír, estaba pendiente de su respiración y de su ritmo cardíaco, y disfrutaba más con él que con cualquier amante. Apenas terminaban, estiraba su brazo y le alcanzaba el inhalador, tan precipitado que Frank acababa riéndose de él. Gerard nunca le decía «te quiero», ni le gustaba demostrarlo demasiado, pero no podía evitar aquellos pequeños traspiés de preocupación. Iero, sin saberlo, se había convertido en su posesión más preciada, en el eje alrededor del cual giraba su vida.
Eso no lo libraba de ciertos placeres culposos, por supuesto. Continuaba viendo a otros hombres, teniendo citas y divirtiéndose a costas de la adivinación. Aunque lo intentara, Frank no podía enfadarse con él. Sus peleas eran intensas y cortas, y siempre acababan desnudos, uno sobre el otro, como si nada hubiese ocurrido.
Gerard le había mostrado un universo nuevo, más libre y despreocupado que el que ya conocía. Lo ayudó a ganar autoconfianza, recalcándole (algo avergonzado) lo lindo que era, y mostrándole que las cosas que menos le agradaban de sí mismo eran las más hermosas. Hasta hizo que saliera con él, que hablara con otros hombres, que consiguiera amantes nuevos y tuviera experiencias diferentes, pero Frank siempre se negaba a besar a alguien más.
Sus horarios desaparecieron por completo. Vivían en un mundo propio, guiados sólo por sus necesidades y no por costumbres o protocolos. Comían y dormían cuando lo dictaba el organismo, no el horario; se bañaban juntos y pasaban horas mirando televisión. Frank estaba enamorado de Meg Ryan; Gerard, de Billy Crystal, y solían interpretar sus papeles en un escenario improvisado cuando estaban aburridos. También implementaron sus dotes artísticas, especialmente el mayor, que solía usar como lienzo el pequeño cuerpo de Frank. Nunca dejaron de escuchar ABBA, ni de hacer sombras con las manos, ni de dormir siestas frescas. Cuando no tenían ganas de hacer las compras, Iero, aprovechando su estructura pequeña, se colaba en el jardín vecino y robaba frutas de los árboles que alcanzaba.
Algunas noches, Way ponía Back in black y hacía un pseudo-strip-tease, y siempre acababan más muertos de risa que de placer. Se acostumbraron, durante los días más calurosos del verano, a caminar desnudos alrededor de la casa; y ya no hacían el amor en la cama, sino donde estuvieran cuando los atacara la excitación. La mesa de la cocina, la bañera, el suelo fresco del recibidor o el balcón tibio, bañado del Sol de la tarde.

Vivían encerrados en la calidez de su hogar, en la felicidad de esa burbuja a prueba de todo, y así se mantuvieron durante largos años. El desastre que ambos negaban (pero que seguía siendo inminente) los alcanzó en 1998, una tarde lluviosa y oscura.
Frank se había levantado temprano, y pasó la mañana dando vueltas en círculos, con cuidado de que sus pasos no despertaran a Gerard. Sólo cubriéndose con una frazada naranja y sin muchos ánimos de vestirse o de ducharse, el menor parecía presentir la catástrofe que se avecinaba. Sin embargo, él sería quien tirara el gatillo, quien disparara la única bala que su refugio no podía resistir. Iba a hacerlo de todos modos.
Cuando Gerard despertó, cerca del mediodía, lo primero que sintió fue una frialdad extraña y angustiante: Estaba sólo. Se había acostumbrado a la tibieza de Frank, a las expresiones raras y divertidas que tomaba su rostro al desperezarse, a su respiración ruidosa y a pasar horas recostado junto a él, acomodando su cabello enredado. Tanto le agradaba despertar con el menor, que se recostaba a su lado hasta las noches que tenía a otros amantes; pero, esa mañana, Frank no estaba allí.
Lo encontró en la sala, aún caminando rápido y sin detenerse, y lo tomó enseguida de las puntas de su frazada.
-Bonjour –susurró, apegándose a él hasta encontrar la tibieza buscada. Sonrió y le dio un beso pequeño.- Deja de dar vueltas en círculos, mon amour, el suelo comienza a hundirse.
Rió, pero Frank lo observó con tanta seriedad, que acabó esfumando cada vestigio de diversión.
-¿Qué ocurre, lindura? –preguntó entonces, alejándose un poco.
El menor suspiró y se sentó en el sofá.
-¿No lo viste?
-¿Qué…? No, no tengo visiones hace bastante.
Frank asintió, con la mirada perdida, mientras intentaba concentrar todo el valor que había conseguido. Gerard se acercó al sillón para sentarse junto a él.
-Puedes confiarme lo que sea, pequeño. Vivimos juntos, dormimos juntos, nos bañamos juntos… –dijo, intentando reducir la tensión que sentía- ¡Tu lavas mi ropa interior!
Rió por lo bajo.
-Digo, no es como si tuviéramos muchos secretos.
El menor asintió, con la respiración quebrada y las manos temblando, y susurró las únicas palabras que podían destruirlos:
-Te amo, Gerard. Estoy enamorado de ti.


·


He limpiado varios rincones
Y he regado jardines sin soles
Y he buscado en miles de cofres
Algo que viva, algo que mate
Algo que escuche y algo que mire
Algo que escriba, algo que borre
Algo en el viento, 
Algo en la lluvia
Algo de vos.



El amor, para ellos, fue un despertar. Fue abrazarse por veinte minutos seguidos, sin decir una palabra; fue arroparse juntos los días de frío. Fueron siete años de descubrimientos, de tibieza silenciosa o de lujuria viva y juvenil.
Todos quieren enamorarse, pero nadie sabe lo profundo que puede ser el amor. Te empuja, te golpea, te sacude hasta marearte y acabas rindiéndote ante él. Te hace perder todo tipo de individualidad. Convertirte en un ente esclavo de otro, sin voluntad propia, dependiendo siempre de la persona que estás supuesto a querer. Pero, ¿Frank y Gerard? No. Frank y Gerard eran diferentes. Ellos conocieron la fase más sana, más pura, más sublime: Se enamoraron en silencio y así vivieron años, amándose tanto que les era imposible comprenderlo. No tenían palabras para su amor: cuando pensaban en él, en las cosquillas tibias que sentían al besarse, las descripciones parecían estúpidas y superfluas, porque no había forma de transmitir un sentimiento tan fuerte.
Esa tarde, Frank tomó un tren y volvió a Barcelona. Ninguno se despidió, él no lo hubiera logrado y Gerard estaba con otro hombre, como si nada ocurriera. Tenía la ilusa creencia de que, tarde o temprano, las cosas volverían a su lugar y ellos estarían nuevamente juntos. Sin embargo, la única certeza que sentía, en lo más oculto de su alma, era que todo estaba acabado. Pero pensar en eso era muy doloroso y difícil de enfrentar.
Ninguno podía precisar cuándo sucedió. El amor se había plantado en ellos como una pequeña semilla: se perdió en sus pieles, creció, brotó y sus raíces se hundieron cálidas en ambos corazones. Lo cierto era que no estaban listos para aceptarlo, para cuidarlo y dejarlo crecer. Frank no podía mantener algo así con Gerard, y éste se negaba a cambiar en nombre del amor.
Desde entonces, los años se volvieron lentos y difíciles de sobrepasar. Cuando Way admitió su error y se propuso solucionarlo, Iero ya estaba en New York, estudiando la carrera que abandonó para vivir en Suiza. Localizarlo hubiera sido imposible.
Dejó de vivir y comenzó a alimentarse del pasado, de los recuerdos más nítidos que tenía de Frank. Buscaba cada vestigio de él, cada señal de que había existido, de que su partida sólo era un mal sueño. Nunca subió el colchón, ni volvió a oír el cassette de ABBA, ni abrió su caja de pinturas. Pasaba las noches sentado en el suelo de la habitación, donde se habían besado por primera vez, y lloraba. Lloraba porque nunca le advirtió, nunca le dijo a Frank que él sabía todo aquello, antes de que siquiera viviesen juntos. Que, cuando le pidió que se casara con él la noche en que se conocieron, fue porque sabía que esos siete años iban a suceder. Lo había visto apenas juntaron sus manos.


·


Ya no me puedo contestar un “¿yo que sé?”, por fin entiendo que en tus redes yo caí. Ya no me encuentro preguntándome “¿por qué?”, por fin entiendo que esta vez es “porque si”. Porque te vi, te deje entrar, cerré la puerta y te elegí.




Gerard corría como sólo se corre por asuntos de vida o muerte: un incendio, un robo, un accidente, un estreno de Billy Crystal o que el amor de tu vida esté escapándose de tus manos. Miró rápidamente el gran reloj digital de la estación, con números rojos y cuadrados: Doce de febrero de 2003, 11.45 p.m.
Respiró hondo, sintiendo cómo el calor de su cuerpo difería con la frialdad seca del invierno europeo, y continuó corriendo a través del andén. Podía ver su espalda pequeña y su cabello oscuro cada vez más cerca, y recordó cuánto le gustaba acariciarlo, cómo le gustaba su olor a frutas.
Había tenido aquella visión tres noches atrás. Frank volvería, con sus estudios terminados, para enseñar Literatura en la Universidad de Suiza. Y allí estaba Gerard, intentando alcanzarlo, sólo sabiendo que no volvería a dejarlo ir.
Cuando estuvo a centímetros de su cuerpo, seguro de haber utilizado todas sus reservas de oxígeno, le tocó el hombro y comenzó a toser.
-¿Gerard…? –Musitó Frank, luego de voltearse, genuinamente confundido.- ¿Eres tú?
Entonces, el mayor alzó la vista y experimentó una de esas sensaciones violentas y electrizantes, que lo desorientó durante algunos segundos. Frank se veía igual que en 1991, doce años atrás, cuando había entrado a ese bar sucio y atestado que tanto desentonaba con su personalidad. Sus ojos avellana lo miraban con sorpresa, redondos y brillantes, y tenía el ceño levemente fruncido. Sus labios, tan rosados como los recordaba, se entreabrían en busca de algo para decir; y Gerard sonrió al ver su nariz y sus mejillas enrojecidas, igual que todos los inviernos que pasaron juntos. Aún vestía ese tipo de ropa usada por los profesores, sweaters de color claro y sacos gruesos de cuero café, sólo que llevaba una corbata extraña pero conocida. Azul, con pájaros naranjas.
-Sabías que iba a venir –afirmó Frank.
Gerard, apenas sobrepuesto a la sensación brusca de melancolía y felicidad, respiró hondo antes de hablar.
-No, para nada –dijo, irguiéndose con cuidado- ...Bueno, quizá tenía algunas pistas.
Frank alzó las cejas.
-Touché. Lo sé hace unos días –musitó Gerard.- Estuve esperándote toda la noche.
El menor suspiró, levantó un maletín que había pasado desapercibido y comenzó a caminar. No tardó en oír los pasos de Way, apresurados y torpes sobre el pavimento frío. Debía haberlo imaginado. Debía haber sabido que iba a encontrárselo, que, como siempre, el mayor lo atraparía de una u otra forma.
-No quiero que hablemos –dijo, volteándose de golpe. El cuerpo de Gerard chocó con el suyo y ambos necesitaron bajar la vista, incómodos y avergonzados.
-Sólo déjame decirte algo, Frank. Prometo que…
-No –interrumpió Iero.- Te conozco, Gerard, no necesito ser vidente para saber lo que ocurre. Se te acabaron los hombres de Europa, ¿cierto? ¡Felicidades, nuevo récord! –Suspiró.- No me importa si tienes que cambiar de continente para encontrar a alguien que quiera acostarse contigo, Way, no empieces buscándome a mí.
El mayor cerró los ojos, como si eso calmara el dolor que estaba sintiendo. Los labios le temblaban y las lágrimas se atascaron en su pecho, su tráquea y su mandíbula, dándole suaves pinchazos bajo la piel.
-Te amo –dijo entonces, con la voz quebrada.- Te amo, Frank. Te amo.
 Iero frunció el ceño, entreabrió los labios y volvió a tomar el maletín.
-No lo hagas, Gerard –recriminó, esforzándose tanto por hablar que le dolió la garganta.- No me engañes así. No quiero que me busques, que aparezcas como si nada hubiera ocurrido, que me mientas para llevarme a la cama y que luego me vuelvas a reemplazar. No, no, no…
Parecía ser la única palabra que podía formular, tan conmocionado y tembloroso como estaba. Miles de veces había imaginado que peleaba con Gerard, que le decía todo lo que había callado durante su relación, pero nunca lograba oraciones coherentes. Way lo había convertido en alguien feliz, vivo y despierto, y nunca lo hubiera herido a propósito. No nacía en él la necesidad de venganza, de rencor: en lo más profundo de su alma, el enojo era inexistente y sólo lo llenaba un dolor violento y abrasador.
-No te estoy mintiendo –dijo Gerard, con un poco más de firmeza. Tomó el hombro de Frank y lo volteó hasta que sus ojos se encontraron. Verde y avellana, aguados, muy abiertos.- Nunca antes había extrañado a alguien.
Tragó saliva.
-Te amo. Amo que me hagas reír, amo como te ves por las mañanas, amo que tu piel sea tan suave y que me abraces cuando te quedas dormido. Amo hablarte de música y que pretendas que te interesa, amo que siempre me dejes ganar, amo el color que toman tus mejillas en invierno y cómo intentas ocultarlo, aunque yo crea que estás hermoso.
Tomó aire, cerrando los ojos, y no se atrevió a mirar a Frank antes de seguir.
-Me encanta alzarte porque no alcanzas mi boca, me encanta que me arropes cuando hace frío, me encanta que tengas cosquillas cuando te beso. Me encanta que seas todo lo que necesito para estar bien. Amo que cocines cantando y me gustaría escucharte durante el resto de mi vida, Frank.
Suspiró, sintiendo cómo la sangre subía a su rostro, y tragó saliva mientras observaba al menor. Éste le sonrió, con los ojos llorosos.
-¿Entonces no…?
-No, no vine porque quiero acostarme contigo –volvió a interrumpir Gerard.- Vine porque no podría envejecer sabiendo que no luché por ti, que el hombre de mi vida se despierta junto a otra persona porque yo no tuve el valor de decirle que lo amo.
Frank asintió, temblando de pies a cabeza. Entonces, dejó caer el maletín y se sumergió entre los brazos cálidos de Gerard, con tanto ímpetu que casi caen al suelo. Hundió el rostro húmedo en su pecho, lo olió, lo acarició y volvió a encontrar esa tibieza que sólo tiene el hogar. Gerard era su hogar. Nunca más se alejaría de él.
Las manos del mayor rodearon su cintura y lo alzó con debilidad, aún sintiendo los vestigios del nerviosismo y del llanto. Rozó su mejilla tibia con los labios, mientras se detenía a oler la esencia de su piel, y le besó la frente durante varios segundos.
-¿Gerard? –Musitó el menor- ¿Aún guardas ese asqueroso cassette de ABBA…?
El mencionado asintió, riendo sobre la piel de su amante.
-Está justo donde lo dejaste.
Sus bocas se encontraron despacio, con la suavidad temblorosa del primer beso; y se entregaron de a poco a esa caricia cálida que tanto conocían. Gerard sonrió, mientras sumergía los dedos en el cabello de Frank y oía su respiración ahogada sobre el silencio del andén. No necesitaba nada más.


Y solearme en tu boca
Es parar la consciencia
Y estoy contento
Con amarte así.

• Frankie can't sleep.

- Clasificación: PG
- Género: Romance
- Advertencias: ¿Inglés?

- Parejas: Frank & Gerard
- Capítulos: Único.




  




“I can’t sleep.” Frank stated, rolling over the cold sheets.
Gerard let go a heavy sigh as he looked at the clock. Three in the morning.
“Try again.” He said, his eyes closing and his body screaming for some rest.
“I already tried.”
“Try harder.”
“I would explode.”
Fuck. Frank’s words seemed to hit so bad into Gerard’s skull, that he thought they were going to break it. He needed to sleep. They had been touring (if playing around little city bars could be called that way) since weeks, and that was their first night into a hotel. Real mattresses. Real sheets. Real pillows that he won’t enjoy, ‘cause he was paired with Frank-the-sleepless-bastard-Iero.
He loved his mate, he truly did. They had only known each other for less than a year, and they were as close as brothers. But, when you hadn’t a proper rest in days, you don’t care that much about friendship.
“Gerard? Are you asleep?”
The older didn’t reply. He was trying to keep his mind in silence, but it was almost impossible. If Frank wasn’t talking, was because he was singing, or turning around and kicking so bad that Gerard could hear his movements from the other bed.
“Don’t try to fool me, Way. I know you’re awake and willing to talk with me.”
The frontman sighed, but kept in silence.
“…Gee?”
“Are you asleep, buttface?” Frank continued, and Gerard cursed the moment when he chose him as his roommate.
“I was before you determined to ruin my life.” He said, annoyed, and he pushed the pillow over his head.
A few minutes of silence went by, Gerard’s ears more thankful than ever. He was slowly relaxing and starting to get asleep, when Frank’s voice interrupted him again. It had been too good to be true.
“Can I sleep with you?” Inquired the guitarist, and his words seemed to rumble into Way’s brain. It wasn’t what he said, it was the way he said it, like he was begging for it. Painfully, mournfully pleading for some companion.
And then, Gerard realized what a bad friend he was. He had been so focused on resting, that he didn’t even care about the reason that was keeping Frankie awake.
“Come here, son.” He said, patting his bed.
The younger stood up instantly, and his fast steps crossed quickly the cold, concrete floor. He almost jumped to Gerard’s bed, without really seeing where it was, and the singer moaned with pain when he felt Frank’s body falling over his.
“Sorry, didn’t see you there.” said Iero, getting under the sheets and covering himself up to his nose.
“You wouldn’t see a fucking whale behind a tree.” mocked Gerard.
“Shut the fuck up, Way. That doesn’t even make sense. I wouldn’t see a whale behind a tree because whales hate trees.”
Gerard giggled.
“What about a subsea tree?”
“It’s not about the water, is about the leaves.” Frank explained. “That little fuckers get between the whale’s teeth and it hurts a lot.”
The singer frowned, although he was still smilingand his headache was slowly fading away.
“You’re warm.” whispered Frank, as he curled next to Gerard’s body. “I like warm things.”
The older smiled again. Iero could be a hurricane of madness and disorder, screams and chaos; but, with Way, he could slow down and be the young boy he was. Just an innocent kid.
He could feel Frank’s soft lips grazing against his bare chest, the sweet scent of his hair filling the room and his breath getting heavier.
“More relaxed now, baby?” He asked, as he started caressing the younger’s nose bridge. A part of him wanted to ask why his friend was sleepless at first, but he didn’t feel like doing the entire ‘I-can’t-sleep’ thing over again. It was almost four in the morning.
“Pretty much.” Frank whispered, and his lips touched Gerard’s skin. He felt a sudden tickle crossing his spine. “Gee?”
“Yes, dear?”
“Do you like Ray?”
The singer frowned instantly.
“Of course, Frank.” he said. “Toro isn’t only a fucking master at guitar; he’s one of my best friends. How could I…?”
“I’m not talking about guitar skills.” The younger interrupted. “I’m talking about sex, Gee.”
His voice was so childish, so innocent, so distant from that kind of words, that it took Gerard twice to comprehend what he meant.
“I’m not gay, Frank.”
The younger giggled a little.
“Yeah, right, and I’m taller than Michael Jordan.”
“When did I show a sign of being a homosexual?” Gerard asked, still shocked about the question. Ray?
“Don’t make me start, please. It would take us all night…”
“I’m not the one who likes to kiss boys.”
Gerard stuck his tongue out, although Frank would never see him.
“It was just once!” The younger moaned. “You know I was drunk.”
“Yeah, right. With diet Coke.” Way laughed, and everything became silent. Seeing that Frank won’t reply, the singer started to relax and slowly ran his fingers through Iero’s hair. He felt a little movement under the sheets, and, out of the sudden, his friend’s chubby face was in front of his.
“Kid…? What are you…?”
His heart started beating faster and louder, as he felt Frank’s hands around his nude waist. He felt a sudden heat, and all his body began to tremble. There were they, the soft lips he sensed over his chest, colliding against his tense neck and kissing, biting and warmly licking his skin.
“F-Frank, d-don’t…”
The younger moved slowly to Gerard’s jaw, caressing his cheeks and stroking softly his tired eyelids. He could feel Way’s pulse rising up, his nervous breath and the tension over his body, slowly relaxing with every little kiss.
And then, suddenly, he stopped. Because he was Frank Iero, and he knew he could control Gerard at his pleasure.
Their noses touched each other softly, and their lips were so close that they almost grazed. The little hands remained on Way’s flushed face, touching it softly, tickling over his reddish skin; but nobody said a word.
…That, until Gerard did it. He stretched his plump lips and kissed Frank gently, warmly, an innocent caress between his mouths that lasted almost a minute. Both closed, but moving back and forth to touch between them all over again. Gerard lost the count around the sixteenth kiss.
When Frank leaned back, giggling a little, the older looked again for his warm lips.
“Your mouth is so soft.” He whispered, as he moved around the bed, not finding his smiling companion. “I wonder if all your body is that soft…”
Iero laughed, although Way hadn’t said that on a dirty way. He was actually wondering if the whole Frank was as tender, tepid and sweet as his lips; and asking himself for how long would he had missed that.
“Getting all gay, aren’t we, Gee?” Said the younger, amused, and slowly put his hands on both sides of Gerard’s neck.
Way shook his head, trying to get away of the sudden daze that surrounded him. Fuck, it was true. He liked Frank, no matter how much he would have tried to repress it, and the feeling exploded that night in a little embarrassing way. He wished to be drunk or high to, at least, have an excuse for the next day, but he was as lucid as someone could be around Iero’s stunning beauty.
“I knew you liked boys.” Frank stated. “I saw the way you looked at Toro during today’s practice…”
And there he was, sounding sad again. Gerard frowned. What was that supposed to mean?
“I’m not gay.” He whispered, as he got closer to Frank, and he kissed him shortly. “And I don’t like Raymond.”
“Great, Gee, because that’s exactly what people do, you know?” Said the younger, sounding annoyed. “Tell they’re not gay and kiss someone of the same sex afterwards.”
Gerard sighed.
“Don’t get mad… Frankie… Baby, look at me.”
Iero looked up, and his eyes met Gerard’s through the darkness.
“It’s only you.” Way stated, smiling a little. Frank knew that he liked him, that for sure. He was doing all that because he wanted to hear it out loud. Whimsical bastard. “You’re the person I love the most, and the only guy I have ever liked.”
Frank smiled and gave him a quick kiss, suddenly filled with happiness. He turned around, giving back to Gerard, and guided the older’s hands around his waist.
“Just wanted to be sure.” He giggled. “The idea of you and Ray didn’t let me sleep.”